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  Acerca de las casas

Sobre arquitectura

Sobre la enseñanza de la arquitectura

Un pequeño hotel en Tulum.





SOBRE LA ENSEÑANZA DE LA ARQUITECTURA

La enseñanza de la arquitectura está en crisis. Mantiene hoy en día la misma estructura básica de nuestras escuelas de hace cincuenta años. Yo recibí la misma enseñanza que mis profesores recibieron de sus profesores.

El taller como asignatura en la que convergen todas las demás, lugar de síntesis y creación, la columna vertebral de toda la carrera, desde siempre ha funcionado de la misma manera, a través del "desafío" o encargo del profesor. Este actúa como el "cliente" que señala el sitio, programa de necesidades y tiempo para el proyecto. Este esquema sólo cambia en magnitud y complejidad de año con año, pero es siempre lo mismo:

1º año: un puesto de flores o la propuesta para una pequeña plaza.
2º año: una vivienda de verano sin mayor compromiso con el clima ni con el programa de necesidades.
3º año: un conjunto de viviendas con alguna complicación de emplazamiento.
4º año: una capilla o pinacoteca en la ciudad con emplazamiento y necesidades ya fijadas.
5º año: un encargo más profesional como un centro cultural que se desarrolla en detalles constructivos.
6º año: un hospital de 500 camas, un ministerio de 100,000 m² o un aeropuerto.

A estas alturas, los alumnos ya no aceptan temas de menor envergadura ya que piensan que es necesario más de 50,000 m² para lograr el lucimiento personal. Es imposible desarrollar un tema modesto en dimensiones que por lo general tienen más realidad y compromiso social, que el deseable para una "pirueta" de diseño.

Este es el rayado de la cancha que ordena la temática de los talleres de diseño arquitectónico. Formamos un profesional que una vez que recibe su título, se sienta a esperar que le encarguen el hospital de 500 camas o el aeropuerto. Pero esto no ocurre. Tal vez una remodelación o una ampliación de la casa de los tíos. El gran encargo no llega ni llegará.

Han pasado muchos años. Ya no somos unos pocos arquitectos. Hay muchos. Entonces no es tiempo de seguir esperando, aguardando que alguien llegue con el encargo a golpear a las puertas de nuestras oficinas. Ese "cliente" no existe, desapareció. También desaparece el arquitecto que lo espera. Ya es tiempo que cambiemos esa mentalidad.

El arquitecto del próximo siglo deberá poder gestionar su encargo. Diagnosticar el problema, detectar la necesidad, tener las herramientas que le permita organizar una gestión del proyecto, proponerlo y llevarlo a cabo. Un profesional que cree su trabajo, que esté antes del encargo y de otros profesionales con visión analítica y con capacidad de propuesta. Que se maneje en las leyes del mercado, que domine los indicadores económicos, versado en la técnica constructiva y en la ciencia de los números, para sólo entonces, generar el espacio que dé origen a la arquitectura.

Pero la arquitectura es un arte y no una ciencia. Al que piense diferente, lo desafío para que me demuestre con una ecuación cómo se logra un buen edificio. No hay más que mirar nuestra ciudad para darse cuenta que no existe el camino científico ni el modelo.

¿Quiénes de nuestros alumnos pueden proponer arquitectura con argumentos que realmente convenzan al hombre de la calle y no a sus profesores? Más allá del "impacto de la luz en el alma", del "mensaje de color", de lo "sublime del espacio y su escala", ¿cuáles son los argumentos de los arquitectos que construirán mañana?

Seguiremos siendo unos simples contestatarios abdicando tareas que nos corresponden y cediendo cada vez más terreno al hombre de negocios, al corredor de propiedades y al especulador inmobiliario.

Es absolutamente necesario modernizar la enseñanza de la arquitectura y redefinir el perfil del arquitecto que deseamos formar y que la sociedad necesita para que lo reciba y remunere como corresponde.

Algunas nuevas escuelas de arquitectura se creen muy modernas porque han incorporado la computadora a sus clases y los alumnos dibujan con programas de AutoCad. Es como pensar que la enseñanza de vanguardia hace tres décadas era la que ocupaba regla T y tinta china.

La computadora no es más que un medio eficiente para representar los proyectos, pero en ningún caso significa un nuevo enfoque en la enseñanza. No es ésta la modernidad que deseamos buscar, como tampoco es adecuado rechazar estas nuevas formas de representar ya que permite contar con mayor tiempo para plantear mejor sus proyectos.

Este giro hacia una nueva visión de la enseñanza de la arquitectura debe ser implementado por los profesores de libre ejercicio profesional, aquellos que están en el quehacer arquitectónico diario. De esa experiencia y de ninguna otra parte, podrá salir una orientación más eficiente y realista. Además de esta forma, la Universidad cobra valor como generadora, no sólo de una formación específica, sino también, como constructora de un vínculo sólido entre arquitectura y sociedad.

Nuestros egresados deben ser portadores de un mensaje que convenza al hombre que no puede sustraerse al medio en que vive, de la ciudad que alberga su vida diaria, de la casa que le resguarda y las calles que recorre día a día. Aprender a amar y respetar su patrimonio y su realidad, a valorarla y criticarla y, por sobre todo, a comprender que por familiar y propio que sienta esto, existe un profesional que se ha formado para guiarlo en la definición de su calidad de vida.

La Universidad debe enfrentar el desafío de no sólo conducir al éxito individual sino colectivo. Es necesario entenderla como formadora de personalidades independientes pero revitalizando la idea de una institución al servicio de una vocación colectiva y común a todos.

La Universidad no puede ser un centro introvertido y egoísta donde estudia cada alumno ocupado solamente de su rendimiento, sino que debe formar parte de la sociedad e interactuar activamente con ella.

Esto es algo que perdimos los últimos veinte años y que es necesario recuperar. De ahí que existan los centros de "extensión", las salas de exposiciones, las nuevas publicaciones, las bienales de arquitectura y actividades afines que hagan que las universidades dejen de ser "elitistas-egoístas" de la "inteligencia pura" y se pongan al nivel del "populis-comunis"

¿Qué podría ser más importante para nosotros los arquitectos? Que nuestra sociedad entendiese lo que hacemos y pudiera recibirnos y ubicarnos como siempre lo hemos soñado.


Augusto Quijano Axle
Mayo de 1995